Mi aventura por Bucarest comenzó con una mezcla de emoción y un poco de desconfianza. Había escuchado maravillas sobre la capital rumana, desde su rica historia hasta su vibrante vida nocturna.
Al salir del aeropuerto, opté por un servicio de transporte registrado. Durante el trayecto, me asomé a la ventana y fui recibido por una ciudad llena de contrastes. A la llegada al centro, lo primero que hice fue dirigirme a la Plaza de la Revolución.
Este emblemático lugar está impregnado de historia; fue el epicentro de los sucesos del 1989 que llevaron a la caída del régimen comunista. Pasear por allí me hizo sentir la conexión con el pasado y la lucha por la libertad de este pueblo.
A unos minutos a pie se encuentra el imponente Palacio del Parlamento. Al principio, no podía creer que fuera uno de los edificios administrativos más grandes del mundo.
Su grandiosidad es abrumadora y, al reservar una visita guiada, aprendí sobre su construcción en tiempos de Ceaușescu, un legado de extravagancia en medio de la austeridad. Dentro, los lujosos salones y la opulenta decoración me dejaron sin palabras.
Otro lugar que no podía faltar en mi itinerario era el corazón cultural de la ciudad: el casco antiguo de Bucarest, conocido como Lipscani. Sus calles adoquinadas están llenas de bares, cafés y tiendas con un aire bohemio que me cautivó por completo.
Disfruté de un café en una de sus terrazas mientras observaba el ir y venir de los lugareños y turistas. La energía que emanaba este barrio era contagiosa.
Después de un día de exploración, decidí disfrutar de una cena típica rumana. Me recomendaron un restaurante llamado Caru’ cu Bere. Este lugar, además de ofrecer deliciosa comida, tiene una arquitectura impresionante que me transportó a otra época.
Probé el sarmale, unos rollitos de col rellenos, y un vaso de tuica, una bebida fuerte tradicional. Sin duda, fue una experiencia fundamental para entender la esencia de la gastronomía rumana.
Para equilibrar la rica historia y la cultura de Bucarest, un día decidí visitar el Parque Herăstrau, un oasis verde en medio del bullicio de la ciudad. Me tomé mi tiempo para recorrerlo y disfrutar de un día al aire libre.
Los jardines están bellamente cuidados, y el lago ofrece un espacio perfecto para relajarse. Me encontré rodeado de familias y parejas, todos disfrutando del lugar. Fue uno de los momentos más agradables de mi viaje.
Sin embargo, a pesar de todas las experiencias positivas, no puedo dejar de advertir sobre los taxis en Bucarest. Si decides utilizar este medio de transporte, debes tener cuidado.
Muchos taxistas pueden intentar cobrarte de más o no utilizar el taxímetro. Siempre es mejor pedir que te lleven a un lugar específico desde una aplicación confiable o acordar el precio antes de subir. En una ocasión, incluso tuve que discutir con un conductor que me pedía el doble de lo que representaba el trayecto.
En resumen, Bucarest es una ciudad que te sorprende a cada paso, con su rica historia, su vibrante cultura y su deliciosa gastronomía. Solo recuerda tomar precauciones con los taxis y disfrutar de cada rincón de esta cautivadora capital rumana. ¡Definitivamente es un destino que merece ser explorado!
Enrique Kogan